Opinió

No puedo más que sentir vergüenza de esta España

A mi edad creía que jamás volvería a vivir aquellos años de la dictadura, de la represión i de la falta de libertades.

A mi edad creía que jamás volvería a vivir aquellos años de la dictadura, de la represión y de la falta de libertades. He vivido una transición más o menos aceptable, con sus defectos y sus cualidades, pero jamás hubiera imaginado en el siglo XXI, y después de todo el lastre de la dictadura, se pudiera repetir un estado de excepción como el que se está produciendo este miércoles en Catalunya.

En nombre de no sé qué legitimidad se han intervenido las instituciones catalanas con toda impunidad, se han permitido registros, detenciones, intimidaciones a los medios de comunicación, y nadie se ha escandalizado; da la sensación de que España ha perdido la memoria de su pasado más cruel.

Al final, hemos de tener en cuenta que este conflicto no se ha originado ni por diferencias religiosas, ni territoriales ni tan solo culturales, se trata de una pugna por el deseo de un pueblo a celebrar un Referéndum de autodeterminación. Una aspiración de millones de personas a decidir su futuro, el de sus hijos y de las generaciones venideras, y lo han hecho de manera pacífica y sosegada. Este es el gran delito que las fuerzas del orden están persiguiendo hoy.

Creo que en el ámbito político, en las últimas semanas, se ha obligado al Parlament a actuar con medidas no muy ortodoxas, como  respuesta a la estanqueidad al dialogo por parte del Estado.  Pero también tengo que añadir que esta falta de voluntad de acuerdo ha estado totalmente ninguneada, ya que por parte de Madrid no se ha mostrado ningún interés por sentarse a negociar, lo que ha obligado a la parte catalana a tomar legítimamente otros derroteros.

La legitimidad de esta aspiración del pueblo catalán no es otra que la de pensar que su país es próspero, moderno, coherente y perfectamente vinculado en el nuevo escenario mundial, pero que no puede avanzar a la velocidad deseada debido al lastre que le provoca la dependencia de un Estado interesado. Un estado que no invierte en la proporcionalidad que Catalunya le aporta, un Estado que no respeta la singularidad de un territorio con orígenes, cultura i sociedad diferentes, ni mejores ni peores, pero sí que rotundamente respetuosos.

Un país que ha sido capaz de acoger a centenares de personas de la más variada procedencia, de facilitarles una prosperidad y una integración sin ninguna limitación hacia estas personas a las que ha reconocido su aportación al desarrollo de Catalunya. Ciudadanos catalanes que viven y vivirán en este territorio en total armonía. Argumentos suficientes, y el que diga lo contrario es que nunca ha visitado el país, para creer que los catalanes tienen derecho a decidir su futuro, a decidir si quieren ser un país a la altura de los nuevos horizontes, a ofrecer un porvenir a las nuevas generaciones con todas las garantías de bienestar. Porque desde Madrid no se ha hecho más que demostrar un fragante centralismo, de mentalidad conservadora y estacionada en los siglos del gran imperio, que ha degradado en un país de picaresca, vividor y oportunista, con todo el respeto a las personas que no merecen este calificativo, que haberlas haylas.

Pero señores míos, en Catalunya ha podido haber oportunistas, sí, pero si ponemos en una balanza el espolio continuado de las arcas públicas, las inversiones millonarias sin futuro, el rescate de la banca agonizante, y el despojo de los fondos reservados, entre muchos y muchos, ¿no creen ustedes que Catalunya tenga ganas de estructurar un país propio?

Catalunya quiere votar el día 1 de octubre, claro que quiere votar. Y yo les diría muy respetuosamente a todas las personas que creen que votar es un delito, que no se dejen influenciar por la prensa perversa, prensa por llamarlo de alguna manera, que solo intenta poner en tela de juicio la legitimidad del  más grande logro de la democracia, el derecho a decidir de los pueblos.

Pregunten, visiten Catalunya, muévanse por las calles, por sus pueblos y comprobaran que nada más lejos de adoctrinamiento separatista, de esa voluntad de insolidaridad de racismo o hispanofobia, que les quieren hacer creer.

Los catalanes están cansados de insultos, de mentiras, de podredumbre informativa de intoxicación de la realidad, y quieren comenzar una singladura de libertad, de prosperidad y de legitimidad democrática, tal como se reconoce en todos los rincones del planeta menos en la meseta. Es muy triste que el sentido de cordialidad, de cooperación, de participación y solidaridad, a la que se pudiera haber llegado, se haya convertido en vergüenza y deseo de independencia de la mayor parte de los catalanes. Porque al final a uno le obligan a pensar que el único interés que tiene España en que Catalunya no se independice, no es otro que el económico. Sin los catalanes, por mucho que predique el ministro de Guindos, se desmonta el tinglado y la bicoca para muchos oportunistas que han vivido del dinero del heraldo público, buena parte de él aportado por los catalanes.

Lo que ha sucedido este miércoles en Barcelona ha sido un grave atentado contra el estado de derecho, y creo firmemente que servirá para que algún sector de catalanes constate que por muy afines que fueran a la unidad del Estado, nunca se hubieran imaginado que se llegaría a estos extremos, con el consecuente sentimiento de  vergüenza de esta España.

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